La playa de los ahogados (Domingo Villar) Una mañana, el cadáver de un marinero es arrastrado por la marea hasta la orilla de una playa gallega. Si no tuviese las manos atadas, Justo Castelo sería otro de los hijos de la mar que encontró su tumba entre las aguas mientras faenaba. Sin testigos ni rastro de la embarcación del fallecido, el lacónico inspector Leo Caldas se sumerge en el ambiente marinero del pueblo, tratando de esclarecer el crimen entre hombres y mujeres que se resisten a desvelar sus sospechas y que, cuando se deciden a hablar, apuntan en una dirección demasiado insólita. Un asunto brumoso para Caldas, que atraviesa días difíciles: el único hermano de su padre está gravemente enfermo y su colaboración radiofónica en Onda Vigo se está volviendo insoportable. Tampoco facilita las cosas el carácter impulsivo de Rafael Estévez, su ayudante aragonés, que no acaba de adaptarse a la forma de ser del inspector. Así empieza... El inspector Leo Caldas se bajó del taxi y dio dos zancadas para evitar los charcos que inundaban la acera. Entró en el vestíbulo del hospital, se abrió paso entre la gente y se dirigió a las escaleras. Subió hasta la segunda planta y avanzó por un pasillo flanqueado por hileras de puertas cerradas. Se detuvo ante la marcada con el número 211, la abrió ligeramente y miró al interior. Tras una mascarilla verde, un hombre dormía sobre la cama más próxima a la ventana. La televisión estaba encendida, sin voz, y la otra cama vacía y con las sábanas dobladas sobre el colchón. Consultó su reloj, volvió a cerrar la puerta y caminó hasta una sala de visitas situadas al final del pasillo. Sólo halló a una mujer mayor cuyas ropas negras se destacaban contra el blanco de la pared. La anciana alzó la vista cuando Caldas asomó la cabeza, pero sus ojos regresaron decepcionados al suelo tras cruzarse con los del inspector. . Los perros Riga (Henning Mankell) Una fría mañana de febrero, un bote salvavidas queda varado frente a la costa sueca. Dentro yacen los cadáveres de dos hombres que, como confirma el inspector Kurt Wallander, han sido asesinados días atrás. Aquejado de estrés, con problemas de salud, lleno de remordimientos por desatender a su anciano padre y sin haber encajado bien la separación de su mujer, Wallander, una vez abierta la investigación, debe hacer de tripas corazón y posponer sus buenos propósitos de cuidarse más. Al averiguarse que los dos hombres asesinados eran letones, Wallander no tiene más remedio que viajar a Riga. En la turbulenta Letonia de 1991, en pleno proceso de restablecimiento de la independencia y la democracia, Wallander se introduce en los ambientes de la oposición clandestina. En medio de esa atmósfera sórdida, conoce a Baiba Liepa: intriga, amor y conflictos de toda índole provocarán que su vida dé un inesperado vuelco. Así empieza... Por la mañana, poco después de las diez, llegó la nevada. El timonel del barco de pesca masculló una maldición. Había oído por la radio que se preparaba una tormenta de nieve, pero albergaba la esperanza de llegar a la costa sueca antes de que aquella comenzase. Si la noche anterior no le hubiesen hecho perder el tiempo en Idéense, ya habría divisado Ystad y habría podido virar el rumbo unos cuantos grados al este. Todavía le quedaban siete millas de navegación, y si la tormenta de nieve arreciaba tendría que detener la embarcación hasta que escampara. Volvió a maldecir su suerte. “La avaricia rompe el saco”, se dijo para sus adentros. “Debería haber hecho lo que pensé en otoño: comprar un nuevo radar. Ya no puedo fiarme de mi viejo Decca. Tenía que haber comprado uno de los modelos americanos. Esto me pasa por avaro”. |
Rompiendo normas: Innovación literaria
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Cuando se domina una profesión, se puede realizar el capricho que uno
imagine. En el caso de la arquitectura resulta muy evidente. En literatura
suced...
Hace 4 días
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