martes, 30 de diciembre de 2008

lecturas 2008 - XXX

(como siempre, voy atrasada, pero ya va quedando poco)


la interpretación del asesinato (Jed Rubenfeld)
Nueva York, primera década del siglo XX, una época fascinante y turbulenta en una gran ciudad que está entrando de lleno en la modernidad. Se levantan los primeros rascacielos, aumenta la población con oleadas de inmigrantes que cambian la fisonomía de los antiguos barrios, y también se triplica el índice de delincuencia. Y no sólo los pequeños delitos, porque en estos años se sucede entre la alta sociedad de Nueva York una serie de asesinatos y de escándalos sexuales. Pero la modernidad de Nueva York no son sólo escándalos, rascacielos y automóviles, sino también el interés que despiertan las ideas que están cambiando el mundo. El 29 de agosto de 1909, invitado por la Universidad de Clark, llega Sigmund Freud acompañado de sus discípulos Ferenczy y Jung. Y esa misma noche, en un lujoso apartamento del novísimo edificio Balmoral, encuentran el cadáver de una joven. Estaba atada, y había sido azotada y estrangulada con una elegantísima corbata de seda blanca en lo que quizá fuera un juego sexual que rebasó todo límite. O tal vez la obra de un sádico asesino en serie. Porque al día siguiente, otra rica heredera, Nora Acton, una rebelde para los cánones de la época, consigue escapar a un ataque del que parece ser el mismo asesino. La hermosa Nora tiene las claves para descubrir al asesino, pero ha perdido la voz y sufre de amnesia. La familia pedirá al doctor Stratham Younger, un joven seguidor de Freud, pero también experto en Shakespeare, que psicoanalice a Nora para que pueda recordar lo que sucedió. Y es el propio Freud quien supervisa las sesiones.
Pero no son el oscuro móvil de los crímenes ni la identidad del asesino los únicos enigmas que tienen en vilo al lector en esta espléndida novela ¿Qué le sucedió a Freud en Nueva York, a qué ataques y conspiraciones tuvo que enfrentarse, que nunca más volvió a los EEUU y llegó a decir que sus habitantes eran unos salvajes?

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Así empieza...
No hay misterio en la felicidad
Los hombres infelices son todos parecidos. Alguna herida de hace mucho tiempo, algún deseo denegado, algún golpe al orgullo, algún incipiente destello de amor sofocado por el desdén –o, peor aún, por la indiferencia-, se aferra a ellos, o ellos a lo que les hizo daño, y así viven cada día en un sudario de ayeres. El hombre feliz no mira hacia atrás. Vive en el presente.
Y ahí está el problema. El presente nunca puede darnos una cosa: sentido. Los caminos de la felicidad y del sentido no son los mismos. Para encontrar la felicidad, un hombre sólo necesita vivir en el instante; sólo necesita vivir para el instante. Pero si quiere sentido –el sentido de sus sueños, de sus secretos, de su vida-, deberá rehabitar el pasado, por oscuro que fuere, y vivir para el futuro, por incierto que sea. Así, la naturaleza pone a bailar delante de nuestros ojos la felicidad y el sentido, y se limita a urgirnos a que elijamos una de las dos cosas.

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