lunes, 29 de septiembre de 2008

lecturas 2008 - XXIII

Diario de una mujer adúltera (Curt Leviant)
Dos viejos amigos se reencuentran en la reunión de antiguos alumnos de una escuela judía. Ya en la cuarentena, Guido, fotógrafo, y Charlie, psicólogo, se interesan por la misma mujer casada, la seductora Aviva, una profesora de violonchelo. Las visitas de Aviva a la consulta de Charlie son el detonante de un triángulo de sensualidad y secretos en el que nada es lo que parece.
Diario de una mujer adúltera es una novela desbordante de amores perdidos, una historia sexy y misteriosamente cómica que se lee de forma compulsiva. Curt Leviant hace cómplice al lector y le reserva una lúdica sorpresa: un glosario de conceptos situado al final del libro que amplía, esclarece, modifica e, incluso, contradice de forma sorprendente la trama principal.
Considerada ya un clásico de la literatura erótica, esta joya de la narrativa de nuestro tiempo se ha convertido en un best seller internacional y ha despertado la admiración de la crítica, que la ha comparado a la “gran ficción de Nabokov y Borges”, a la vez que ha destacado su tremenda originalidad: “Un ovni erótico... No se parece a ningún otro ejercicio novelesco conocido”


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Así empieza...
Paseo por el patio trasero de Milty Rosen, cubierto de césped y bordeado de árboles, en el selecto Riverdale, y contemplo la parte posterior de un gran edificio colonial de ladrillo, de dos plantas, que exuda la pujanza de su cercanía a Scardale. Estoy eufórico; quizás, incluso, con una sonrisa dichosa en el rostro. Pero lo que me hace feliz no es la casa que estoy viendo, sino esto: treinta años después del día en que en nuestra clase de octavo se graduaran quince chicos, he conseguido reunir a once de ellos. Y todos -¡lo cual es sorprendente!- vivos; bueno reconocibles, rebosantes de energía y buen ánimo. Milagroso, ¿no?, si se considera lo que les puede ocurrir a diez o quince personas en treinta años: mudanzas, migraciones, fracasos, catástrofes aéreas, enfermedades, accidentes, depresiones, incapacidades e incluso –muérdete la lengua, como dice mi madre- la muerte.

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