miércoles, 28 de mayo de 2008

lecturas 2008 - XIII

Arthur & George (Julian Barnes)
En Great Wyrley, un pequeño pueblo de la Inglaterra profunda, alguien deja mirlos muertos en los cubos de la leche, conejos desollados y sangrantes en el jardín de la vicaría, mutila y mata caballos y ganado, y escribe anónimos obscenos, impregnados a veces de una religiosidad delirante, en los que anuncia que tras la matanza de animales vendrá el sacrificio de veinte doncellas. Y los periódicos de todo el país descubren muy pronto un tema fascinante, las atrocidades de Great Wyrley.
Hay que encontrar un culpable –ya en 1903 el ruido mediático incita a veloces investigacions y a no menos rápidas condenas-, y George, un oscuro abogado, hijo del párroco del pueblo, es el principal sospechoso. ¿Quizá porque a pesar de la dignidad que otorga el ministerio del padre, él y su familia son los diferentes, los otros, los negros del pueblo? El padre de George es parsi, una minoría hindú muy diferenciada, convertido al anglicanismo y casado con una escocesa. George es condenado, pero la campaña que hacen sus padres y su jefe, el dueño del bufete de abogados en el que trabaja el joven, proclamando su inocencia y la inconsistencia de las pruebas, llega a oídos de Arthur, quien emprende su propia investigación sobre el caso. Arthur es, en verdad, Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, el más célebre y elegante detective de todos los tiempos. Y es también el reverso del opaco, oscuro, solitario y solterón George Edalji, ese diferente al que le horroriza toda diferencia y sólo quiere ser absolutamente inglés, un fervoroso creyente en la Razón y en la Ley que le han condenado. Arthur Conan Doyle ya es un escritor famoso, vital, deportista y defensor de causas perdidas, que ha estudiado medicina antes de dedicarse por entero a la literatura pero tiene una mente abierta a todo, incluso al espiritismo. Es, en definitiva, un moderno de su época, y un hombre feliz.
El caso verdadero de George Edalji, que influyó para que en Inglaterra se creara el Tribunal de Apelaciones, y la no menos cierta intervención del creador de Sherlock Holmes han inspirado esta espléndida novela, sostenida por una exhaustiva investigación y por una imaginación vívida, en la que Barnes usa todos los recursos y se desliza con deslumbrante habilidad por los más diversos géneros literarios, la novela detectivesca, la histórica y el folletín, y nos ofrece una fascinante crónica del pasaje a la modernidad de la Inglaterra posvictoriana.

Así empieza...
Arthur
Un niño quiere ver. Siempre empieza así, y así empezó entonces. Un niño quería ver.
Sabía andar y llegaba hasta el picaporte de la puerta. No lo hacía con lo que podríamos denominar un propósito, sino con el mero turismo instintivo de la infancia. Había allí una puerta que empujar; entró, se detuvo, miró. Nadie le observaba; se volvió y se fue, cerrando la puerta tras él con cuidado.
Lo que vio allí pasó a ser su primer recuerdo. Un niño, una habitación, una cama, cortinas corridas que filtraban la luz de la tarde. Para cuando llegó a describir esto en público habían transcurrido sesenta años ¿Cuántas versiones internas habían suavizado y adaptado las palabras sencillas que la final empleó? Sin duda todo seguía pareciendo tan claro como el día. La puerta, la habitación, la luz, la cama y lo que había en la cama: “una cosa blanca, cerosa”.

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